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¿Tan difícil es hablar de fútbol?TODOmercadoWEB.es
lunes 1 febrero 2021, 01:00Editorial
de Manuel Rodríguez

¿Tan difícil es hablar de fútbol?

“Cantigas… mujeres… glorias… felicidad… mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna”. (Gustavo Adolfo Bécquer). Cada vez es más difícil hablar de fútbol, los “sucesos” del fútbol absorben su esencia fundamental. El otro día, vi el partido Éibar-Real Madrid por televisión, con gran interés por cuanto los dos equipos me han gustado siempre cómo juegan. Para contrastar mis percepciones, recurrí a un “relator” de plena confianza (José Sámano, ElPaís, 20.12.2020): “En el acogedor Ipurua, donde es posible el fútbol soñado por aquellos que improvisan la gloria desde la campechanía, caso del Éibar, el equipo de Mendilíbar y el de Zidane sellaron un partido estupendo. De una finura extraordinaria al principio, cuando sacó provecho un gran Madrid, y con espinas para unos y otros al final, con la gente exprimida como un limón tras un envite frenético. Un Real que tanto disfrutó como sufrió hasta que Lucas cerró el 1-3 cuando caía el telón”. Quince días después de aquel partido, un amigo me dijo por “twitter” que el “Madrid no juega a nada”. La frase más dañina e injusta que puede proferirse y que olvida trayectorias o buenas maneras de hacer recientes sobre el oficio de “saber jugar bien”. (…) “De entrada, un Madrid convertido en un “Bolshoi” con Modric al frente como un Nureyev con espinilleras. Es de los más sinuoso aventurarse ante el Éibar, equipo bizarro ante cualquier gigante para atornillar en su campo a todo el que se le enfrente, sea del camión escoba o de una cancillería de primera. Se requiere la precisión de gente como Modric, Kroos y Benzema. En Ipurua hay que llevar la pelota en patines para sobrepasar las líneas enemigas. Adiestrado, lo hizo de maravilla el Madrid durante los primeros veinte minutos. Fútbol de billar. Un toque, dos ya era un sacrilegio. Todo jugador de blanco en movimiento y dando opciones al camarada. La pelota iba a toda pastilla, silba que silba ante la aturdida mirada de los muchachos del Éibar. En mitad del baile irrumpió Rodrygo, que hizo palanca con la bota derecha y de cuchara citó a Benzema con Dmitrovic. El francés acunó la pelota con mimo y superó al serbio… Un Madrid recreativo, sinfónico y dispuesto”. Pocas veces vi jugar tan bien al fútbol. Muy bien el Real, pero también el Éibar. Éste nunca se rindió y mantuvo una grandeza de medalla de oro. Parecía que la goleada llegaría más tarde o más temprano. Pero no… “Soportado el sofocón inicial, el Éibar presentó su enmienda. A lo suyo. Invasión del campo ajeno, puño apretado en cada asalto y mirada al frente. Bajó una marcha el sublime Real del comienzo y al Éibar se le puso cara del Éibar. Como es un equipo extremista, pasó del ahogo al desahogo. Sobremanera, cuando Kike García certificó un golazo. El capitán eibarrés aprovechó una pérdida de Lucas y, a muchas cuadras de Courtois, enroscó el balón en una escuadra... “¡Hay partido!” Pero, antes de seguir mis disquisiciones, mi enhorabuena al periodista Sámano por hablar de fútbol… Sin embargo, los medios se ocuparon más de las anécdotas que del excelente juego deparado por los dos equipos. Estamos intoxicados del “fútbol anecdotario”. “Como en Ipurua no hay fútbol monserga, el partido no tuvo gaitas. No daba el Madrid, ya más terrenal, con la forma de sacudirse definitivamente a su adversario. Lo mismo amenazaba Rodrygo que Muto. Dos equipos por la directa hasta el último aliento. Con los depósitos secos, llegaron los errores. Una montaña rusa…” Personalmente, no entro en detalles de tarjetas sacadas o perdonadas, de goles bien o mal anulados, de penaltis no sancionados cuando otros sí se pitan en otros partidos. Y eso porque esos “sucesos” del partido son los que nos impiden ver el juego. Incluso, me gusta alejarme del comentario sobre los “más destacados” que puede llegar a “tapar” el juego de equipo. O sea, me regodeo en cuestiones brillantes de un determinado partido cuando, un mes más tarde, parece que uno de sus contendientes “no sabe a lo que juega”.