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Idiotez, intelectualidad y fútbolTODOmercadoWEB.es
sábado 16 mayo 2020, 01:00Editorial
de Manuel Rodríguez

Idiotez, intelectualidad y fútbol

“El fútbol es popular, porque la estupidez es popular”. (Borges).
Ya el colmo de la estulticia es ese tipo de contertulio que para ganarse el bocadillo sigue haciendo el “gamberro” informativo a base de críticas fáciles hacia un equipo o personaje concreto, eso sí siempre contrario a su equipo preferido. Lo que ya es el colmo por cuanto “se le ve la oreja” de la falta de objetividad en segundos de exposición “verborréica” y sin un respeto mínimo al resto de contendientes. Qué coincidencia este corto pasaje entresacado de un artículo firmado por Farouk Caballero, en julio de 2019 (ElEspectador.com): “Los más radicales que detestan el fútbol, bien porque no lo entienden o bien porque siempre lo han considerado indigno y plebeyo, incendiaron las redes sociales y volvieron a la vieja usanza romana de señalar el pan y el circo como distracción. En la ciudad de Romo, Rémulo, Batistuta y Totti se entretenía al pueblo para que menguara sus ánimos revolucionarios. Hoy, en nuestra patria, que volvió a la sangre gracias a un gobierno débil y a un presidente que no ejerce su cargo, quieren tildar al fútbol de entretenimiento maquiavélico que desvía la atención de los temas trascendentales y permite que sigan las masacres de leyes y de colombianos”. Es curioso que dicho artículo de Farouk se titulase “Idiotez, intelectualidad y fútbol”. Se dice que la discordancia sobre el fútbol la inició Rudyard Kipling: “Almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. También es conocida la repetida expresión de Borges: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”, amargándose aún más con aquello de que “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Y otros muchos siguen interpretando que el fútbol es deleznable al utilizarse como el opio del pueblo, hasta es posible que las frases no pasen de ser un “esnobismo intelectual”. La cuestión principal es que también hemos leído aquello de que “En literatura no debería haber nada más que lo que el escritor cree que debería. La mayoría de los cuentos sobre fútbol que se escriben se acercan a lo tanguero, a lo humorístico y reflejan una parte muy románica del deporte. La otra, el negocio, la trampa, la decadencia del deporte cuando se hace profesional, es poco común”, como expresara el escritor Pablo Ramos. Sinceramente, me gusta el argumento de que “las palabras pueden rescatar lo que este deporte ha dejado de ser”. De hecho, “la escritura futbolera, además, puede llegar a cumplir una función casi pedagógica”. Pocos partidos de fútbol pueden superar las expectativas que yo mismo me formo cuando leo a Galeano: “El niño pobre, en general negro o mulato, que no tiene otro juguete que la pelota: la pelota es la única varita mágica en la que puede creer. Quizás ella le dé de comer, quizás ella lo convierta en héroe, quizás en dios”. Inexcusablemente, debemos acudir de nuevo a Pier Paolo Pasolini, poeta italiano, cuando en sus reflexiones firmaba: “El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos del gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético”. Me remito a aquel escrito de Diego Alarcón, firmado en 20. febrero. 2016, en el que concretaba: “Suena casi como un contrasentido, pero no lo es: para reconocer la estupidez hay que ser inteligente. No existe otro camino, otra vía, que la razón y la lógica para al menos aproximarse a una noción del ser estúpido. Es como los viejos dilemas que definen algo en relación con su antagonista: ¿es la luz ausencia de oscuridad? o ¿es la oscuridad ausencia de luz? “Sí, pero no”, sería la respuesta para este caso, respuesta que se oye estúpida pero no lo es tanto, en especial cuando nos damos cuenta de que, si bien la falta de inteligencia en el actuar suele relacionarse con la estupidez, no toda falta de inteligencia es estupidez… Estamos tan ocupados con nuestra inteligencia que rara vez nos detenemos a pensar en la estupidez…” Las redes sociales, muy poco ponderadas en general, han servido para localizar ciertos “especímenes” que de esta forma se permiten opinar de todo y de todos sin mucha más responsabilidad práctica. Aquí debiéramos recordar al escritor William Ospina: “Se trata más bien de asomarse a los abismos de la incoherencia, de la falta de lógica o la falta de consecuencia que caracterizan a todos los seres humanos. Sí, la estupidez forma parte de la condición humana”. Por otra parte, Lipovetsky “encuentra estupidez en el hecho de asegurar que el consumismo es condenable, que ha embrutecido a la gente y la ha llevado a perder el sentido de la vida”. (…) “El consumismo tiene muchos vicios, pero no solamente vicios. Así que cuando ya no vemos dónde paran las cosas, cuando dejamos de ver los límites de nuestras posturas individuales, se vuelven estúpidas y exageradas”. De eso se trata, pues cada vez aparecen más “histriones” y menos crítica razonable. Si la información correspondiente no produce risa el colaborador “metomentodo” deja de ser interesante, ¡qué pena!”. Ospina aporta: “Son muchas las cosas que hacemos y decimos que ni son lógicas, ni son razonables, ni son útiles, ni son provechosas para el mundo ni nosotros mismos. La estupidez anda por ahí regadita entre todo eso”. Y esa manea de propagar el fútbol es perniciosa. Ahora me explico aquella explicación de Gazzaniga: “La neurociencia contemporánea estudia solamente los aspectos positivos y no aspectos negativos como la estupidez”. O sea, ¿que los interfectos más malignos de tales tertulias, que a mí me producen sarpullidos, no tienen solución? Pero, tranquilos, Lipovetsky asegura que “llama la atención sobre lo peligroso que resulta tender a asociar todo lo que podríamos calificar como en un error con la estupidez” y nos recuerda a Albert Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”. Así que, en asuntos de fútbol, a mi se me cruzan los pensamientos y no acabo de entender ciertas posturas después de celebrado un partido, agresividad supina contra el equipo contrario y condescendencia suprema con el equipo favorito. Ospina dice que “lo que solemos llamar estupidez está en el ápice de lo que solemos llamar evolución. Llegar a comprender lo estúpido necesariamente implica cierta complejidad intelectual”. Claro que Martínez asegura que “El peligro más grande de la estupidez es no ser conscientes de ella, no reconocerla para poder delimitarla. La cuestión está en lo difícil que nos resulta ver nuestra propia estupidez y ser capaces de verla en los demás, no para condenarla, sino fijarnos en ella, identificarla y así poder reconocer la propia”. Pero no caigamos en el extremo de pensar que todas las verdades del fútbol son manifestadas por intelectuales. Aunque yo me conformo con que el transmisor sea un hombre reposado, tranquilo, transparente, que no manifieste o se le presuman segundas intenciones interesadas, y que nos ayuden a ver el fútbol de una manea sensata y menos partidista. Quizás sea oportuno afiliarse a la opinión de Paco Seirul-lo:” El nuevo paradigma no es conocer tanto tu deporte, sino conocer a tus deportistas”. Como Enric González (ElPaís,15. marzo. 2020) fue capaz de descifrar algunos aspectos del genio eterno futbolístico, Maradona: “No existe un futbolista excepcional sin una inteligencia excepcional. Por supuesto, hay diversos tipos de inteligencia y aquí nos referimos a una variedad probablemente más relacionada con eso que llaman la parte “reptiliana” del cerebro (tronco y cerebelo) y con la zona límbica que con la sofisticación del neocórtex. Para entendernos: la mente del gran futbolista no puede permitirse lentas reflexiones teóricas, al estilo de un Albert Einstein si se trata de números o de un Jorge Luis Borges si se trata de letras; lo que necesita es capta y comprender el entorno de forma casi instantánea y pensar de forma estratégica, es decir, previendo con exactitud los efectos de cada una de las posibles acciones. La visión periférica describe un panorama y sobre ese panorama se adopta la mejor decisión en un tiempo mínimo”. (…) “Su talento iba más allá de una técnica prodigiosa, que le permitía transformar el balón en una prolongación de su cuerpo: sabía dónde iban a esta sus compañeros y sus rivales un segundo más tarde y actuaba en consecuencia. Tenía una inteligencia excepcional. ¿La ha perdido? Resulta evidente que no. Sufre ocasionales cortocircuitos, se abandona a la pereza porque es Maradona y puede permitírselo, pero cuando hay que captar una situación, interpretarla y decidir, sigue siendo grande…” En esa mezcla, idiotez-intelectualidad, en el mundo del fútbol nadie está tomando decisiones uniformes por cuanto algunas Ligas ya han suspendido la competición mientras que en España se sigue en la idea de acabar la competición no importan las fechas que vayan corriendo. ¿Razones? Inescrutables (sin x) a la vista de lo contradictorias que son unas decisiones de otras. Ahora vendrá otro debate dormido, que si el jugador “rico” con chalet grande y jardín amplio habrá podido entrenar más que el que vive en vivienda de 100 m2., no tiene cinta para correr ni gimnasio en el que ejercitarse. Lo que originará que un mes antes de la competición será insuficiente para competir al máximo nivel desde el primer partido que se proponga. De nuevo aparecerá el “síndrome de la cagada de la mosca” muy propio de las personas y sociedades idiotizadas. Igual que aparecerán aspectos como que la falta de público favorecerá a los equipos que menos socios tienen, o que los equipos con más futbolistas con contratos a finalizar en junio les perjudicará, o que si la competición se ampliase a meses como agosto o setiembre los equipos podrían utilizar los fichajes para la próxima temporada, etc. Hipótesis para idiotas con el afán de enturbiar las mejores soluciones. Lo leí y me quedé prendado de esta máxima de Emilio Lledó. La verdad que la asocié a un contexto político, el español, donde las fuerzas políticas van cada una por su lado, sin cohesión, sin unión, sin responsabilidad colectiva… Pero es que también he observado que en el fútbol ocurre exactamente lo mismo: “Para qué me sirve la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades?”. Espero que superemos estas épocas imbéciles donde cualquier idiotez suena a intelectualidad. ¿De qué hablo, de fútbol o de política…? ¡De ambas cosas, confirmo…!